Hay quien toca muy bien la guitarra y hay quien tiene música dentro. Madrileño de nacimiento, con ascendencia del sur, Antonio es de esa clase de personas que hace que el mundo suene un poquito más afinado. Una palmera de chocolate y un café se convierten en la excusa perfecta para hablar de la música, de la educación, de la responsabilidad de la universidad pública con la cultura y de la teletienda. Por qué no.
Antonio es músico porque le gustaba el rock and roll. Yo quería ser una estrella del Rock. En su casa, sin embargo, no le pagaban las clases de guitarra eléctrica así que si quería tocar, la única opción asequible era la del conservatorio. Yo tenía cierta animadversión hacia el conservatorio. Mi hermano mayor estudiaba piano y yo veía que el conservatorio era como ir a otro colegio después del colegio. Sin embargo, el mundo de la música clásica acabó por atraparle y ahora confiesa entre risas que nunca llegó a realizarse como rockero. En realidad esas pretensiones fueron mutando. Son esas cosas que pasan. Siempre, en mi etapa de estudiante cuando abría la mano hacia otro tipo de música, perdía un poco el norte. Quería centrarme, mi idea era cuando termine ya veré. Me centré en terminar mis estudios clásicos y en demostrar a mi familia que se podía ganar dinero con eso.
Hasta los veintitrés años compaginó sus estudios de informática en la universidad con el conservatorio. Cuando me preguntaban qué estudiaba yo nunca respondía música. Yo era informático. Aquella era la opción decente. ¿Es indecente la música, Antonio? No, por supuesto que no es indecente. Pero da miedo. Como oyentes a todos nos hace falta la música. Pero cuando alguien se va a dedicar a esto es difícil para tu familia porque no es fácil ganarte la vida con la música. Esa es la realidad.
No todo el mundo puede ser intérprete. Un porcentaje muy alto se dedica a la docencia. Tristemente, cuando yo estudiaba en el conservatorio todo el enfoque estaba dirigido no solamente a ser intérprete sino además a ser solista. La gran mayoría de los músicos se ganan la vida dando clases y la parte pedagógica está muy poco cuidada.
Es curioso muchas veces cómo uno acaba donde acaba. Hace cinco años, Antonio comenzó a interesarse en hacer música para el movimiento. Quería vincular lo que yo conocía, que era la música, con otras artes escénicas que me atraían mucho. De adolescente había tenido algunas experiencias en el teatro y aunque nunca se había atrevido hasta entonces con la danza, comenzó a estudiar en una escuela. Uno lo los talleres que hice fue con Aitana Cordero. Me gustó y me enteré de que daba otro aquí en la universidad.
Así pues, Antonio Dueñas entró en el Aula de las Artes de la UC3M como alumno. Estuve a punto de no venir. El taller era en Leganés y yo ya había decidido no ir. Sin embargo, cinco minutos antes de que empezara, yo estaba en Alcobendas y pensé que realmente me apetecía mucho hacerlo así que fui para allá. Desde luego, la vida de Antonio ahora sería distinta. En ese taller nacieron muchas cosas. Allí conocí a la chica con la que he estado cinco años. En el Aula de las Artes de la UC3M interesó mi perfil y empecé a trabajar en los ciclos de Imprevistos. Se trata de improvisaciones a tiempo real de música y danza que hace la universidad desde el laboratorio de danza. Empecé a trabajar en la universidad un poco fruto de la casualidad. Yo me pregunto qué hubiera pasado de no haber ido a aquel taller. A veces tú te pones tus propias barreras.
Ahora el vínculo que une música y universidad, se encarna en la persona de Antonio Dueñas. La importancia de la educación musical en la universidad acapara el tema de conversación de nuestro café. Y de nuestra palmera. Para mi tanto teatro, danza… el trabajo con el cuerpo y con la música es vital en el desarrollo; pero desde niños. Tendría que estar enfocado de una manera más clara, apostando más en todo el proceso educativo. Esto está demostrado: la música tiene mucho que ver con las matemáticas, con el desarrollo intelectual… el cuerpo es algo que todos tenemos que manejar.
La música también tiene que ver con las relaciones. Hacer música te hace vivenciar tu propio rol como músico: necesitas actuar, escuchar, interactuar con los demás… Desde tu personalidad, claro, pero estás formando parte de un todo. Es algo muy simbólico.
Parece imprescindible entonces fomentarla. Vivimos en una sociedad en la que lo inmediato es lo más importante y muchas veces la educación también se basa un poco en eso. ¿Qué es lo que necesito yo saber para el mundo laboral? Para Antonio la enseñanza debería ser mucho más global, y no se refiere sólo a la música, sino a las enseñanzas artísticas en general que influyen en la percepción de la vida como algo más amplio.
La pregunta ahora es si nuestro país está especialmente atrasado en ese sentido. No conozco realmente la situación de muchos sitios pero por ejemplo, yo estudié en Alemania y me llevé una sorpresa enorme cuando la gran mayoría de la gente tocaba instrumentos aunque no se dedicaran a la música; y lo tocaban a un nivel bueno. Eso hacía que hubiera una cultura musical y artística mucho más alta que aquí. El público está más educado, preparado para demandar y valorar ciertas cosas.
Valorar es una palabra importante cuando se habla de cultura, la parte crítica de la educación. Cuando por fin me decidí a decir que lo que estudiaba era música la gente me preguntaba, “sí, estudias música pero… ¿y qué más?”. Eso allí no ocurría. De hecho, estudiar música estaba muy valorado. Venir por ejemplo de un país como España, con una tradición guitarrística muy amplia, hacía que la gente quisiera tocar conmigo y se abriera un montón.
Todo es una cuestión de educación y de fomento del gusto. En el modelo económico en el que vivimos, la cultura no está valorada. Según él, este hecho lo construimos entre todos, la propia sociedad construye que a la gente le cueste pagar la entrada de determinados eventos culturales. Si alguien realmente se preocupara de ver qué es lo que cuesta una producción de teatro o una producción de música, el tiempo de trabajo que lleva eso… ni se lo plantearía. Diría “esto está muy poco pagado”. Antonio insiste en que esta idea está muy relacionada con la sociedad de lo inmediato que comentaba antes.
Cuando hay estímulos publicitarios, la cultura sí funciona. Es lo que se llama arte comercial. Un camino no es malo o bueno. Hay cosas en lo que se denomina música comercial que están muy bien hechas. La cosa es que hay poco riesgo en eso: todo se basa en patrones que a la gente le resulta agradable de primeras escuchar. La universidad está ahí para fomentar el libre pensamiento y la mirada crítica de las cosas. Esta idea debería estar también orientada a las disciplinas artísticas. Nos perdemos mucho si sólo estamos programados a escuchar o a ver el mismo tipo de espectáculo.
Antonio se recrea recordando las cosas que descubría de adolescente al bajarse deliberadamente en una parada de metro desconocida. Esa mirada yo creo que tendríamos que tener en la cultura. Por qué no probar cosas que nunca haya hecho. Pero eso también hay que fomentarlo, claro.
A punto de acabar nuestra conversación, seguimos con el arte, la cultura, la universidad y las instituciones públicas, pero esta vez con cierta perspectiva histórica. Hoy en día no podríamos disfrutar de Velázquez o de Goya o de los que consideramos grandes ahora, si no hubiera habido una institución que en su momento podría ser la iglesia o las monarquías que fomentara eso. Si ese dinero no hubiera estado ahí, la historia del arte habría sido otra. Sin embargo, ahora pensamos que si algo no se mantiene por sí mismo dentro del libre mercado, no tiene que existir. Antonio entiende que en el caso concreto de la universidad, este es un asunto difícil. Todo en esta sociedad está pensado en términos cortoplacistas. Incluso la estructura política está pensada para que las cosas se resuelvan de forma fructífera al término de cuatro años. Hay una cultura de la no generosidad en ese sentido. Eso es lo primero que habría que cambiar. Tendría que ser un consenso real para que esto fuera algo a largo plazo y no sólo de una universidad o de una institución, sino de la sociedad.
Y efectivamente, terminamos hablando de la teletienda. Me fascina el mundo de las teletiendas. Es una radiografía de la sociedad de lo inmediato: conseguir unos abdominales estupendos en cinco minutos y sin trabajar, la pastilla mágica, el súper limpiador automático… Antonio Dueñas es, por lo menos, tan fascinante como el fenómeno de la teletienda.
Isabel Ladrón Arroyo