DiCaprio e Iñárritu le han robado todo el protagonismo, pero es una de las películas nominadas a los Oscar. Sin embargo, ¿estamos ante otra historia de periodistas más?
“No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo”. Así le escribía Francisco de Quevedo al Conde Duque de Olivares (valido del rey Felipe IV), harto ya de toques de atención sobre sus ácidos versos satíricos. Quevedo forma parte, como tantos, de aquellos que se indignan ante la injusticia de la censura y la desinformación. O peor aún, de los que animan, como haciéndose los simpáticos, a dejar una empresa difícil en pos de un bien mayor.
Alrededor de esta última idea versa el argumento de Spotlight, una historia real en la que un grupo de periodistas de investigación deciden, por orden de su editor jefe, comenzar a investigar los casos denunciados de pederastia ejercida por curas. Los periodistas del Boston Globe comienzan así un viaje que les llevará a cotas cada vez más altas y que sorprenderá a ellos mismos sobre el alcance de los abusos sexuales.
Durante la película, el espectador cinéfilo o de cierta edad no tardará en comparar esta compleja investigación con la de Woodward y Bernstein. Es inevitable no hacer una retrospectiva hacia el canon de película de periodismo que supone Todos los hombres del presidente, como el que ve una película de robots pensando en Blade Runner o Terminator. Sin embargo, en este caso la comparación no hace desmerecer en absoluto el filme que nos ocupa, y es que estamos ante una historia magistralmente contada y que, además, no se olvida de que es una película. Aunque pueda parecer evidente, si la película del caso Watergate pecaba de ser eminentemente narrativa y de carecer de sentimentalismo o algún atisbo de dramatismo que nos sacara del embotamiento de la investigación periodística, Spotlight juega con otros muchos aspectos.
Metiéndose poco a poco en materia, tal y como lo hace el equipo Spotlight, el director Tom McCarthy nos hace primero una presentación de una redacción enfrascada en los temas cotidianos de su profesión, y nos hace cogerle cariño a los personajes principales. Cuando comienza la investigación no estamos ante desconocidos en absoluto, y durante el transcurso de la misma, ellos también tendrán sus dudas y peleas. Tras ello, la película nos muestra lo que ocurre en las reuniones de los altos cargos del medio, y nos da pistas sobre los intereses e influencias que se mueven en las filas de los lobbies controlados por la Iglesia. Este acercamiento a la institución eclesiástica se realiza con todo el dolor que le puede producir a una persona atacar una organización religiosa en la que cree (o quiere creer). Los personajes nos mostrarán ese lado humano, en el que es difícil digerir lo que está sucediendo. Las entrevistas con las víctimas de los abusos sexuales aportan el toque trágico, y serán básicas para motivarnos como los propios periodistas a encontrar la verdad.
Para hilar todo, Michael Keaton se pone el traje de jefe pausado y ambicioso de un equipo lleno de entusiasmo, y siempre comandado (por lo menos en el sentido interpretativo) por un convincente Mark Ruffalo. El resto del reparto está a la altura, destacando el personaje de Liev Schreiber, de extremada mesura, pero capaz de ser el motor de la investigación.
Spotlight es, a fin de cuentas, una historia sobre la libertad de expresión, la Iglesia como grupo de presión, los abusos sexuales y el poder de los medios, contada con una autoconsciencia de película. El drama y los dilemas morales y religiosos encajan dentro de un magistral thriller de investigación que, además, no se olvida de que el cine puede ofrecer algo más que una buena trama.
Altair Iván Pérez Caesar