Una lectura dramatizada en homenaje a Cervantes, a su personaje, que cuatro siglos después pone de manifiesto que siguen siendo tiempos difíciles para los caballeros andantes. Y la locura, una vía de escape para el ser consciente de un mundo en el que casi (casi) merece la pena tirar la toalla.

Fuente: Decanato
Miércoles 20 de abril. Mediodía (francés). Getafe. Biblioteca de la Facultad de Humanidades Comunicación y Documentación de la UC3M. Y allí, en aquel centro escrupulosamente blanco, agradable, luminoso, pulcro -quizá demasiado aséptico para el derroche de vida exigible a tal lugar- la extremaunción de Alonso Quijano.
En el marco de la semana cervantina promovida en la universidad por la facultad de HCD y el servicio de biblioteca, Juan Codina interpretaba, guión en mano, la última conversación de Don Quijote en su lecho de muerte con el cura al que mandó llamar.
Una reflexión agotada a través de la cual la autora, Lola Blasco (profesora del departamento de humanidades, filosofía, lenguaje y literatura de la UC3M) deslocaliza con admirable coherencia la frustración del Quijote y la sitúa a golpe de tecnología sonora y telediario en el tiempo actual. Un tiempo de niños tumbaditos en las playas: muertos; un tiempo de cruzada, de pactos con matones que hacen el trabajo sucio de la más limpia de las democracias; un tiempo de niños que desaparecen, sin dejar huella, al desmontar Calais.

Fuente: Decanato
Un trono barroco alzado configuraba, junto con unos cuantos tubos de luz, la sencilla escenografía que acompañó el monólogo de cincuenta minutos de duración cuyo montaje ha sido dirigido por Rubén Cano. En realidad, el espectáculo, en parte performático por las circunstancias propias de aquel espacio que hizo las veces de auditorio, se presentaba como una lectura dramatizada (tanto que más bien parecía un montaje en el que actor, excelente por cierto, no se atrevía a salir sin papel).
La extrema delgadez de aquel señor daba forma a la triste figura del mundialmente conocido hidalgo de rocín flaco y galgo corredor. En un punto (temprano en la obra) le echa en cara al cura a quien se dirige constantemente que le hayan sacado de su locura. Y la defiende (ya con su lanza en astillero y con su adarga antigua) como una elección propia y sensata ante aquel mundo demencial al que le han obligado a regresar.
Claro que lo dice justo antes de irse, de verdad, para siempre. Con la libertad de quien ya no le tiene que buscar a aquello un sentido. No se queja, pero habla y dice mucho. Ingenio el de la autora al poner aquella reflexión en boca de alguien que ya no tiene nada que ganar como para mentir por ello.
Hasta aquí el nihilismo. “Tenemos mucho que aprender de los animales”, dice Alonso, y habla de Rocinante con un amor que puesto en todo, lo cambiaría todo.
Una vez se ha comprendido a Sísifo tal y como lo hizo Camus, o no; acaba Lola su obra, sin embargo, con una vindicación del amor.
Responde la autora de la dramaturgia, casi literalmente,“¿Que qué dice la obra? Difícil de responder… Pues dice que vivimos en un tiempo enfermo, que es muy difícil seguir siendo caballero andante porque es muy difícil imaginar un mundo mejor pero que hay que seguir intentándolo, como Don Quijote. ¿Que si es nihilista la obra? Absolutamente (y se ríe Lola). Bueno, por partes, sí que hay un trasfondo nietzscheano pero acaba más con la idea de continuidad de Ortega y Gasset”.
Y termina aquel flaco y moribundo personaje, ya sin nada que perder, desesperado y tan casi libre como un casi muerto, abogando por el amor frente al odio y predicando algo así como“pero nos olvidéis de que el amor también lucha, contra los leones como leones. Y llama perros solamente a aquellos que de verdad lo son”.

Fuente: Decanato
Isabel Ladrón Arroyo