El TTIP, es un tratado de libre comercio entre Estados Unidos y Europa, de momento, “non nato” ya que aún no hay ningún país que lo haya aplicado de facto. Llevamos muchos, muchos meses escuchando referencias sobre él, pero quizás no lo lleguemos a saber todo, puesto que se negocia en secreto. El sábado pasado, 15 de Octubre de 2016, la organización ecologista Greenpeace coordinó una manifestación multitudinaria que dio voz en Madrid capital, a todas aquellas personas que desearon pronunciarse en contra de este y otros tratados de libre comercio de índole similar.
¿En qué consiste el TTIP?
Pues en pocas palabras, y al igual que el resto de acuerdos de libre comercio, lo que pretende es abolir ciertas aduanas intercambistas para el comercio de todos los sectores industriales entre las dos partes que lo firman. Repito, afecta a todos los sectores, no solo al servicios.
¿Motivos para su defensa?
El crecimiento económico de las partes que cambian, reflejado en las empresas y quizás un descenso de los precios, por lo que ciertos consumidores podrían ahorrar más dinero en adquirir determinados productos.
Suena bien, ¿entonces por qué hay una demanda popular tan agitada para tumbarlo?
Porque es un caballo de Troya. Greenpeace Holanda y WikiLeaks publicaron hace varios meses una serie de documentos que formaban parte del acuerdo, en ellos –motivo principal por el que Greenpeace mete las narices en esto- es que el acuerdo favorecería el intercambio de productos químicos altamente dañinos para el medio ambiente, así como la desaparición de las denominaciones de origen, en su mayoría, y el peligro de las PYMES. Los tratados de libre comercio dan más poder a las multinacionales, son, en definitiva, un arma que puede ser usada para coaccionar gobiernos.
Otro problema es la mayor dependencia del producto externo. En EEUU, no existen los derechos de los trabajadores tal y como los conocemos hoy en día en Europa, por lo que sus costes de producción son más bajos. La demanda va hacia el producto de fuera, lo que, se piensa, podría significar la destrucción de múltiples puestos de empleo en nuestro país. Las élites financieras salen ganando, y el consumidor, en primera instancia, puede que también. Pero los productores nacionales sufrirían consecuencias devastadoras, y la producción se haría cada vez más dependiente de las exportaciones. Empresarios medios y pequeños se irían al traste.
Por las manos del tío Sam ya pasan muchos negocios (el de las armas en países de Oriente Próximo, sin ir más lejos) como para darle todavía más poder de coacción financiera sobre el resto de países, puesto que, en el fondo, cualquier sistema de dependencia industrial es un arma de doble filo para la parte que exporta.
Si sumamos para bingo, el TTIP favorece la explotación de combustible fósil, y el intercambio de pesticidas con composiciones cancerígenas, además, el hecho de que es esté negociando desde esas élites económicas, en secreto, y sin la participación directa de entes gubernamentales, nos lleva a pensar en el carácter antigubernamental del mismo.
Hace varios meses muchos daban por hecho que el TTIP se firmaría, sin embargo, la presión social, y el golpe sobre la mesa del gobierno francés (que manifestó a Europa su contrariedad absoluta a la firma del tratado) le hicieron perder popularidad y apoyos, y a día de hoy parece más complicado de implantar. Sin embargo, el desconocimiento del público, tanto de la consistencia como de las consecuencias a largo plazo, así como la osadía de nuestro Gobierno (a pesar de estar en funciones) no invita a la relajación.
La manifestación comenzó a las 18 horas en Atocha y terminó cerca del Ayuntamiento, en torno a las 20 horas. Participaron diversos colectivos, siendo el organizador, Greenpeace, el que más trabajo cargó, trayendo una simbólica y gigantesca cadena amarilla.
Raúl Ruiz García