
Entre los días 18 y 29 de marzo de 2019 hemos podido disfrutar de las primeras Jornadas Animalistas organizadas por Liberación Animal UC3M, asociación de la Universidad Carlos III de Madrid. Estas jornadas han mostrado la vida diaria de millones de individuos, de animales no-humanos. Nos han enseñado la realidad de la industria cárnica, pesquera, de la caza, de las fiestas populares y del maltrato animal. En definitiva, del impacto que tiene la acción humana (la nuestra) en los individuos no-humanos. Sin embargo, también han mostrado una de las alternativas que, a día de hoy, está ganando más peso en nuestra sociedad: el veganismo.
El veganismo es una actitud y una manera de vivir dedicada a evitar causar daños a animales no humanos en la medida en que esto es posible. Esto incluye lo que hacemos de manera directa, como cazar o pescar. Pero, más importante (puesto que afecta a muchos más animales), también incluye lo que apoyamos en nuestro consumo (granjas, mataderos, industria farmacéutica, textil, etc.). El veganismo transmite un mensaje de respeto hacia todos los seres sintientes (…), como seres a los que deberíamos respetar, y no como objetos para nuestro uso. Por tanto, lejos de ser una moda de Instagram, greenfriendly, o postureta, el veganismo es un discurso político, es decir, busca un impacto social y estructural. Y, desde mi opinión, todo mensaje fuera de esta premisa carece de validez y estrategia.
A pesar de que llevo casi tres años sin consumir animales, estas jornadas no me han pasado desapercibidas. ¿Cuántas os habéis parado a pensar qué hay detrás de cada muslo de pollo, pescado, hamburguesa o batido de chocolate? ¿Cuántas os habéis parado a pensar cómo es posible que un trozo de carne cueste menos de 1€ cuando antes era algo de consumo exclusivo y reducido? ¿Por qué encontramos cada vez más opciones 100% vegetales en los supermercados? ¿Por qué parece que este movimiento crece? ¿A qué contramovimientos se enfrenta? ¿Qué estrategia política debería seguir y bajo qué discurso?
Buscando respuestas encontramos varios ejes que cruzan entre sí. Por un lado, y como he adelantado, encontramos la moral y la ética. ¿Qué nos hace aceptar la vida de unos individuos y rechazar la de otros? ¿Cuál es la relación de poder que está detrás? ¿Qué ha pasado para que podamos taparnos los ojos ante el sufrimiento que carga cada individuo en la cadena de producción de la industria alimentaria? ¿Tradición o maltrato? Por otro lado, y por mucho que ciertos sectores lo nieguen, encontramos al sistema de producción capitalista. Ese sistema “eficiente”, de “desarrollo”, “productivo”, “que apuesta por la tecnología”; pero también ese sistema voraz, ambicioso, ruin y, por tanto, explotador. Ese sistema que esclaviza a sus obreras y arrasa con los recursos. Ese sistema que convierte en producto, en bien consumible, de intercambio, a un individuo con capacidad de sentir.
Además, otro eje a tener en cuenta es el impacto medioambiental. Quizás en este punto es donde más se acerca al ecologismo. Porque, no nos engañemos, la producción capitalista no es sostenible. La producción capitalista tiene un impacto diario en el planeta y esto no es algo de hace un par de viernes. La movilización por la protección del planeta lleva décadas actuando. Pero, a mi parecer, poco tiene que hacer si no cuestiona el sistema de producción actual y si no camina de la mano del veganismo, del animalismo.
Y me diréis: “Vale, pero ¿qué propones si la dependencia con la industria cárnica es total? ¿Vas a obligar a todo el mundo a dejar de consumir?”. Ya os digo que la respuesta no es fácil; si lo fuera, quizás ya se habría resuelto. Tampoco creo que la solución sea obligar a no comer carne a la gente. Pero sí, como primer paso individual creo que es importante replantearnos nuestro consumo desde nuestra posición. Y digo desde nuestra posición porque yo, persona con ciertos recursos económicos y tiempo, puedo replanteármelo. Además, también creo que es importante ver la relación que tenemos como consumidores con la mano de obra que está detrás de esa industria. Insisto, no perdamos de vista a la industria. De nada sirve que veamos el sufrimiento de un cerdo siendo degollado si no vemos el sufrimiento físico y mental que también viven las trabajadoras. Y poco poder tiene todo ello si no nos organizamos. Existen muchas alternativas que luchan por los derechos de los animales o colectivos que lo incluyen en su discurso. Un ejemplo de ello, Liberación Animal UC3M.
Volviendo al consumo, en la actividad de Decrecimiento con José Luis Muñoz Baena, hablamos de conceptos como reevaluar la vida en sociedad, reconceptualizar nuestra vida (actualmente más compleja de lo que debería), reestructurar nuestro modo de producción, relocalizar frente a la deslocalización de la industria, redistribuir, reutilizar, reciclar y reducir. Y en relación al animalismo, existen diferentes protectoras y asociaciones. Incluso existen santuarios, centros de rescate y cuidado de todo tipo de animales donde estos pueden vivir algo más libres y dejar de ser un número o una pieza en la cadena de producción para pasar a ser con identidad propia.
Con todo esto, siguen surgiendo preguntas. Dudas que yo misma no sé responder, o al menos, no por ahora. Pero a día de hoy, me siento a gusto con la decisión que tomé. Porque a pesar de las contradicciones que vivimos continuamente en los discursos contrahegemónicos, prefiero no ser cómplice (al menos directa) de esta masacre.
¿Y tú?
Claudia Costa García
Material audiovisual:
Información sobre veganismo e industria alimentaria: