Uno no va al Teatro Coliseum de Madrid esperando ver cualquier cosa. Va a disfrutar, a vivir una experiencia, a salir deseando volver a entrar. Esto es lo que tienen claro las miles de personas que durante estos meses han asistido a una -o varias, por qué no- de las funciones de “Anastasia, El Musical”, que ha conseguido el sold-out en la gran mayoría de representaciones desde su estreno el pasado septiembre, superando todas las expectativas.

Y no es porque la Gran Vía tenga mono de musicales, que de esos puede dar y regalar. No olvidemos su inmortal “El Rey León” o su más reciente “Dirty Dancing”, cuya breve parada en la capital cautivó no pocas almas. Madrid huele a palomitas y al terciopelo de los asientos. ¿Acaso no lo llaman el “Broadway español”?

Pero hay algo en el musical de Anastasia que lo hace único, incomparable. Puede que sean las primeras notas de “Una vez en diciembre” o los tonos añil y violeta que envuelven al espectador desde que cruza el arco principal del Coliseum. Dentro, tanto en platea como en los palcos, todo el mundo parece volver a la infancia en cuanto se alza el telón. Es la magia del teatro, pero también la de la música. No hay simbiosis más perfecta, como podrá comprobar cualquiera que pase sus próximas dos horas y media redescubriendo la historia de los Romanov.

Una escenografía simplemente espectacular recuerda al palacio de los zares, con tres zonas giratorias en el suelo que aportan un gran dinamismo a la acción y permiten representar situaciones de lo más diversas: desde un viaje en tren hasta un asedio que, con proyecciones, hace parecer que las ventanas realmente se hacen añicos. Todo ello complementado con un maravilloso vestuario que condensa la esencia de toda la pieza.
Desde el momento en el que pisan el escenario, cada uno de los personajes se adueña del corazón del espectador a su particular manera. Anastasia muestra una increíble evolución, pasando de la absoluta fragilidad a demostrar que merece convertirse en la verdadera heredera de una dinastía perdida. Dimitry no se queda atrás, demostrando ingenio y carisma al ser, por un lado, un estafador astuto, y por otro, un hombre capaz de dejar todo de lado por lo que cree justo.

Pero la mayor sorpresa se esconde precisamente en personajes menos llamativos en un primer momento, como el gran villano Gleb, heredero de la misión de su padre de acabar con todos los Romanov, y que se verá atrapado en una lucha contra sus propios demonios: la división entre lo que debe hacer y lo que quiere, lo que cree correcto. No obstante, quien cautivó al público nada más pisar el escenario fue la Condesa Lily, que con su humor y sus particulares habilidades de seducción despertó multitud de risas en una obra marcada por el drama y la emoción.

“Anastasia, El Musical” promete ser todo un viaje al pasado, desde que se sube el telón al comienzo de la primera parte hasta que cae al culminar la segunda. No solo hace retroceder al público al tiempo de los Romanov, sino que consigue que las horas parezcan segundos. La música inunda todas y cada una de las escenas, desde grandes espectáculos multitudinarios hasta momentos profundamente íntimos, pasando por una auténtica representación de ballet, perfecta metáfora de lo que sucede en escena. Dramatismo, humor, reflexión, amor… cada canción entrega un pequeño tesoro al espectador, logrando que al abandonar el teatro siga enredado en el sueño de lo que sucedió una vez en diciembre.

Francisco Javier García Villagra
Raquel Ruiz Incertis